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El dolor es una parte de la vida de la que nadie se salva.

Hay dolores agudos momentáneos, que se curan con una aspirina o yéndote a dormir. Otros que requieren de medidas un poco más extremas, algunos que para curarse necesitan solo tiempo y otros que pasan sin que te des cuenta y se van como vinieron.

 El dolor es el aviso del cuerpo de que algo no va bien. Es una alarma que anuncia que algo no está funcionando como se esperaba y que te dice de alguna manera “¡hey!”
Creo que siempre que algo nos duele, nos molesta, nos achaca, nos aqueja físicamente, efectivamente nos está pasando, existe. Pero sobretodo pienso que la “dolencia” (como decía la nana de mis vecinos) viene con un mensaje oculto de algo que tenemos que aprender, algo nos quiere decir la vida cuando algo se nos descompone y el problema radica en que no sabemos escuchar.

Estas vacaciones, me rompí el maldito dedo chiquito del pie ¡otra vez!. Los que me conocen saben que esto ya es una actividad regular en mi vida; no sé si son 10, 11 o 12 veces, sí ya sé, debería de considerar cortarme el dedo o revisarme la cabeza, es verdaderamente ridículo y sin embargo…

Descomponerte de lo que sea a la mitad de las vacaciones es una monserga perse, romperte el dedo del pie que es la herramienta base para el apoyo de todo tu cuerpo es doble molesto cuando tus planes de vacación implicaban mucho ejercicio, paseos y en general actividades en las que el pie era un must. Carajo. Eso fue lo que pensé en el momento que salí volando cuando me tropecé con las piernas del Sponsor y frené con la pata de un sillón. Porque lo del dolor ese agudo que da en el momento, cuando… ya sabes cómo se siente… no es que duela menos. Pero lo que más me dolió fue ver como el resto de mi vacación se iba en ese momento al escusado, por lo menos, como yo la había planeado. Carajo. Ya sabía lo que seguía: dos días de dolor infernal y de una a dos semanas de no hacer nada que requiera estar más de 3 minutos parada ni apoyar de ninguna manera ese pie. Maldita sea.

El dolor de orgullo es sin duda de los más dolorosos. Y es real. Igual de real que el físico.

En las horas que me he pasado desde entonces con la pata subida me ha dado por pensar ¿para qué me pasa esto? ¡Tiene que haber algún mensaje que la vida me está intentando mandar y que claramente no he entendido!

La primera respuesta que se me ocurre es la misma que a ti: ¡por pendeja! Y sin duda algo hay de eso, caminar descalza no es lo mío definitivamente. Quitando eso, he llegado a la conclusión de que tal vez el mensaje de esto es: Alto. Para. Aliviánate. Es la vida diciéndome: “Te informo que no tienes nada bajo control así que ¡taraaaaaa! Toma, un dedo roto para que te quedes quieta y hagas lo que más trabajo te cuesta hacer, ósea: nada. Esperar. Pedir ayuda. To-le-rar y ser muuuuy paciente.”

A eso me refiero cuando digo que los dolores vienen con algo que enseñarnos mucho más allá de eso que nos duele.

Lo que nos pasa en el cuerpo es una respuesta y una lección que pocas veces queremos escuchar y que en realidad casi nunca hacemos, porque, seamos honestos: es mucho más fácil y glamoroso quejarnos, compadecernos y contar la tragedia que nos acontece en lugar de reflexionar un poco, apechugar y tratar de aprender algo de esas experiencias sin amargarte la vida en el proceso.

Un gran ejemplo de esto en mi familia es alguien que despedimos con mucho amor hace unas semanas y que le dio batalla a un estúpido cáncer que pretendía dejarla en la lona en 6 meses y que se tardó 7 años en ganarle. No sabía con quién se metía. La tía Lucero se encargó de enseñarnos a todos los que tuvimos el privilegio de quererla que quejarte no resuelve nada y que es mucho más útil enfocarte en hacer otras cosas y especialmente en exprimir cada minuto que tienes. La fortaleza y la risa de esa mujer estarán siempre en mi corazón y especialmente su ejemplo “dale a cada día su afán“. No te azotes. Camina.

Se dice muy fácil.

Creo que en el plano del dolor físico todo esto se entiende y eventualmente podemos aprender a llevar mejor nuestros dolores y entender sus mensajes para ¡ojalá! crecer un poco mientras nos duele.

Lo que no puedo entender es aquello del dolor que va más allá de todo.

Hace unos días un gran amigo del Sponsor se murió en un accidente de coche. Esas noticias te sacan el aire, paran el tiempo y hacen que todo, incluso tu achaque más grande, se esfumen.

Poner en perspectiva la muerte ante cualquier cosa hace que absolutamente todo deje de ser importante. Nos gastamos la vida en cosas banales, aquello que determina nuestra “felicidad” es irrelevante la mayoría de las veces y en muchos casos estúpido.

Se nos olvida lo frágiles que somos y aquello de que “ahora lo ves, ahora no lo ves

Pocas cosas tan dolorosas como ese entierro. Una esposa y tres hijos rotos sin saber cómo se sigue respirando, viviendo…

Y pocas cosas me han dolido tanto como el dolor del Sponsor ante la tumba de su amigo, mi hombresote de alma alegre, enfrentándose a la fragilidad de la vida y despidiéndose de su compañero de parrandas que ya descansa bajo un millón de flores que sin duda hablan del cariño que sembró en esta tierra.

A veces, el dolor ajeno duele más que el propio.

Créanme cuando les digo que el maldito dedo roto que me explotaba después de 2 horas parada y andando con muletas en el panteón francés, parecía insignificante junto al dolor de esa familia y al de mi esposo a quienes lo que se les había roto para siempre, era el corazón.

No hay nada que cure el dolor del alma y la ausencia. Nada. Se atenúa con el tiempo pero la cicatriz es permanente.

Sin embargo, saberse acompañado es un bálsamo para seguir andando, y sentirse querido es sin duda el mejor remedio para sobrellevar cualquier cosa, especialmente: la vida.

Cualquiera que sea tu dolor hoy acuérdate que todo pasa. Acuérdate que la vida es corta. Acuérdate que nada es tan importante. Acuérdate de pensar ¿qué puedo aprender de esto?. Acuérdate de abrazar más seguido a los que quieres. Acuérdate de seguir caminando aunque te duela (por lo menos con la cabeza, si no puedes con el pie) para seguir creciendo.

Acuérdate siempre de los tuyos.

Acuérdate…

Buen viaje Birlo.

Valeria Stoopen Barois

L´amargeitor

*Este post fue previamente publicado en el Huffington Post México

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