Diapositiva1El primer (y aburridííísimo) trabajo que tuve saliendo de la carrera fue en un despacho de comunicación. Preparando una reunión importante con mi jefe y teniendo ya todo listo, me pide, como última cosa, que si por favor “podría ir con una faldita o vestidito mono (o sea, no pantalones) para que el cliente se pusiera muy contento y nos aprobara el proyecto…”

Esto fue muuucho tiempo antes de que el concepto #MeToo fuera, si quiera, una posibilidad remota.

Eran otros tiempos. Pero con mis muy pocos 22 años, pude entender que algo estaba muy mal en esa última indicación. El tono, la mirada, las pincitas con las que lo dijo -disque con mucha educación-.

El foquito de alerta roja en mi cabeza se prendió.

Con un aplomo, que todavía me sorprende cuando me acuerdo, le respondí que, claramente, su concepto de “asistente de comunicación” y el mío eran muy diferentes; que por ningún motivo ni él, ni nadie nunca, tenía derecho a decirle a una mujer cómo vestirse para un trabajo y que, francamente, lo que me acababa de pedir era una porquería. Tomé mis cosas, le agradecí el tiempo colaborado y me salí de esa oficina sin dudar, un segundo, la decisión que estaba tomando.

Los tiempos están cambiando, las mujeres se están levantando, hablando, manifestando y logrando cosas que hace unos años eran impensables. Ojalá que aquí en la localidad empezáramos también a hablar, a tirar esquemas, a encarcelar personas, a exponer culpables… a dejar de jugar el juego y destapar el mierdero.

¡Ojalá!

Pero, mientras entramos en las grandes ligas, yo quisiera proponerles que empecemos a hacer lo que sí podemos desde nuestra trinchera.

Siento que en todas estas conversaciones, se deja completamente de lado, el origen de todas estas historias.

Me refiero a la manera en que estamos educando a nuestros hijos.

Hombres y mujeres.

Y es que el primer paso para tener una sociedad equitativa, inclusiva e igualitaria, es, que los niños y niñas crezcan sabiendo que pertenecer a un género o a otro no te hace superior o inferior. ¡Nunca!

Tenemos, sí, habilidades y capacidades diferentes, porque somos individuos, o sea, distintos per se unos de otros, y porque la parte física efectivamente nos diferencia.

Pero una persona es una persona sin importar si tiene o no tiene chichis y ESA es la regla número UNO en formación infantil.

Eduquemos niños que sepan que las mujeres se respetan simple y sencillamente porque son un ser humano igual que ellos, y niñas a saber que no son, de ninguna manera, el sexo débil. Ni son princesas. Ni son frágiles. Ni delicadas. Ahí es dónde empieza “a chingarse el tamagotchi“, al ponerles ese discurso en el disco duro.

Tenemos que formar mujeres todoterreno capaces de encargarse de ellas mismas y no princesas que estén esperando que llegue el príncipe azul a salvarlas y protegerlas de todos los peligros. Luego hay unos príncipes muy inútiles y otro muy hijos de la chingada.

Como siempre, para eso necesitamos primero, ser nosotras esas mujeres fuertes, entronas, capaces de reaccionar, tomar decisiones y quitarnos los miedos.

¡Señoras jelooou, es el 2018, aprendan a manejar en carretera! ¡No mamen, es como del siglo XII autoinhabilitarse de esa manera!

No es cool, ni de niña bien, ni nada que se le parezca. Dejen de buscar excusas y aprendan. Por seguridad. Por independencia. Por principio. Porque sus hij@s las están viendo.

No se hagan menos solitas.

¡Empodérense!

Aprendan a administrar sus dineros, hacer transferencias, poner límites y manifestarse ante las cosas que no les parecen. Dejen de depender del chófer, o del señor, para cualquier cosa. Resuelvan. Decidan. Viajen solas. Ganen su dinero. Autolibérense y si el señor “no las deja” piénsense dos veces si ese, es el señor con el que quieren estar…

Nuestros niños y niñas necesitan vernos siendo esto que queremos que sean. ¿Cómo educarlos a ser fuertes y emprendedores si nosotras somos unas inútiles codependientes e inseguras de todo?

¡Éntrenle!

Y señores… cooperen ¿Quieren señoras fregonas que les dejen de romper las pelotas y estén ocupadas y felices? Apóyenlas. Participen en sus casas activamente en la joda que es llevar una casa y crecer personas. Permitan que sus hijos vean que los hombres forman parte de la vida cotidiana de una familia. No se esperen a estar divorciados para ocuparse de sus hijos y tener una verdadera relación con ellos.

¡Involúcrense!

Les aviso que ya no es 1970. Las mujeres necesitamos hombres presentes en todos sentidos y dispuestos a hacer pareja en toda la extensión de la palabra. Hombres que respeten nuestros espacios y decisiones, que apoyen nuestras carreras y que sean nuestro principal apoyo para seguir creciendo.

Igualito que ustedes.

No tengan miedo de participar y, como dice Sheryl Sandberg en su maravilloso libro Lean In, entrémosle parejo.

Pero sobre todo, casados o no: respeten a las mamás de sus hijos. Siempre. La manera como ustedes traten a las mujeres será la que ellos aprendan. Tu hija está registrando qué esperar de los hombres, tu hijo está tomando apuntes de cómo tratarlas.

El mundo siempre necesita más caballeros.

Un inocente “tenías que ser vieja” a la que va en el coche de adelante se llama violencia de género. Esa palabra tan rimbombante que representa uno de los problemas más graves de nuestro país ¡y del mundo! empieza ahí. En ese comentario. En diferenciar a un hijo del otro y darle a uno oportunidades, permisos o beneficios y al otro no, solo, porque es niña o niño.

Papás, mamás, al diferenciar a nuestros hijos por su género estamos siendo la raíz del problema que tan escandalizados nos tiene.

Abstente.

Cuando pienso cómo, siendo una escuincla de 22, pude enfrentarme a ese señor y marcarle un alto tan contundente, la respuesta es muy sencilla: me lo enseñaron mi papá y mi mamá.

La fortaleza interna es algo que nosotros sembramos en nuestros hijos con el ejemplo.

Pero también con acciones concretas que los preparan para la vida y les darán recursos para enfrentarse a ella.

Cosas tan sencillas como las famosas “clases -obligatorias- de los sábados” que mi papá religiosamente impartía a mi hermana y a mí, y que incluían en el temario teoría y práctica de: cambiar llantas, poner taquetes, subirte a escaleras de 3 metros a limpiar ventanas, aprender a manejar un coche de velocidades, matar alacranes, manejar en una autopista o una carretera rural, hacer martinis o abrir una botella de champagne (sin tirar una sola gota) y saber cambiar el aceite del coche… entre muchas más. O, a los 10 años, darte un mapa del metro y decirte que tenías que llevarlo del punto A al B sin que nadie te ayudara, lo cual implicaba estar dispuesto a perderse durante dos horas subterráneas y tener la paciencia de esperar a que lo resolvieras, cosa que, de hecho, sucedió varias veces y ¡nunca! abrió la boca para corregir nada, nos dejaba encontrar el camino y confiaba en que así lo haríamos. Nunca se me olvidará la satisfacción que sentí la primera vez que lo logré… lo chingona que me sentí, y cómo se abrió una puertecita en mi corazón rotulada: ¡sí puedo!

También nos enseñó que un papá es el principal promotor para que una mamá se vuelva la más fregona posible en su profesión. Su apoyo. Su guía. Su confianza, cuando ella no la encuentra y su fan número uno.

Y mi mamá, pues qué les digo. Nos enseñó cien mil cosas útiles, maravillosas y necesarias para la vida diaria. Pero sobre todo nos enseñó que una mujer puede ser una chingona mundial en su profesión y estar al nivel de cualquier otro. Nos enseñó a hacer las cosas (y a hacerlas bien) a pesar del miedo que puedan darte y, en resumen, a rockear the shit out of beeing a woman.

No sé si el mundo va a lograr un día evolucionar y si el tema de la violencia contra la mujer tenga un final feliz.

Lo que sí sé es que en nuestras manos está formar hombres y mujeres que contribuyan a erradicar el problema y no a fomentarlo.

¡No a las mujeres indefensas con delirios de princesa y a los campeones vacíos de principios y rellenos de ego, que eventualmente se crean con derecho a todo!

Necesitamos mujeres que no estén dispuestas a soportar ni tantita caca de nadie y que tengan con qué resolver cualquier situación que la vida les ponga, a escuchar su foquito rojo cuando se prenda y actuar. Y hombres completos y tan en contacto con sus emociones, que no necesiten reafirmar constantemente su autoestima desgarrando la de otro ser humano, que sepan conectarse y que no estén buscando una mamá (o una esclava) en lugar de una pareja.

Alienten por favor a sus hij@s a viajar, a estudiar, a trabajar, a encontrar su pasión y a ser felices con ellos mismos para que nunca tengan que depender de nadie, ni permitir que nadie los abuse de ninguna manera.

Enséñales a ser todoterreno.

Dales herramientas y deja que la caguen. No hay otra forma de aprender.

Pero, sobre todo, enséñales a creer en ellos confiando en ellos y confiando en ti.

La confianza es el ingrediente número uno de la fortaleza.

Confía.

Valeria Stoopen Barois

L´amargeitor

 

*Este post fue previamente publicado en el HuffingtonPost México

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