Diapositiva1Oigan ¿y sus hijos?

Hablamos mucho de cómo la llevamos, de qué hacer para no bajonearse, cómo malabarear las reuniones de chamba, los zoom, mantenernos ocupados, hacer ejercicio (obviaaaa subiendo diario nuestra rutina porque si no, no cuenta) la interminable chambade la casa; nuestro nuevo papel como escolarizadores (o arreadores) personales de nuestros hijos, lo de convivir o, por lo menos, no estrangular a nuestro significant other, mantenernos en contacto con nuestros seres queridos y organizar miles de house partiespara levantarnos el ánimo y mentar madres de lo hartos que estamos y, en general, sobrevivir a cada día sin haber matado a nadie.

Pero… ¿y sus hijos?

¿Cómo la están llevando ellos?

Nos hemos preocupado mucho por nuestra salud mental, lo cual está muy bien, porque como padres de familia es indispensable estar bien nosotros para poder ayudarlos a ellos. El principio de la mascarilla de oxígeno es ahora más importante que nunca: póntela tú antes de ayudar al otro.

Sí.

Pero ¿no se nos está olvidando un poco escarbar en sus almitas?

Los niños son los seres más resilientes del planeta, se acostumbran a todo de manera casi inmediata y, por eso, podría parecer como que nada les afecta pero, en el fondo, nuestros hijos tampoco la están pasando bien.

Eso no quiere decir que estén, necesariamente, sufriendo. Pero no dejo de pensar en el comentario de mi sobrino que cumplió 17 años a quién le pregunté que cómo se sentía y sin pensarlo me contestó “pues se sentiría bien si no fuera porque estoy desperdiciando mi juventud encerrado en mi casa…”.  Ciertamente, el humor negro runs in the family y, sin embargo, en ese comentario hay tanta verdad que me abrió los ojos a entender que efectivamente, para ellos, esto también está siendo muy cabrón.

Efectivamente es una ENORME lección de tolerancia a la frustración para todos ellos.

Una maestría para aprender a estar quietos. Solos, A ocuparse, a convivir con la familia, a ser pacientes, a aburrirse, imaginar, inventar y millones de cosas más. Será también un punto de inflexión en sus vidas y algo que los marcará para siempre, ojalá, de manera positiva.

Sí.

Pero también pienso en la hija de mi amiga Ana que tiene 6 años y llora porque extraña el recreo. En la de 15 que estaba empezando a probar las mieles de la libertad y de pronto está prisionera. En el de 12 y su torneo de fut cancelado después de meses de planeación que es su razón de existir y que lo único que quiere saber es ¿cuándo va a poder ser?

En todos aquellos que terminaban un ciclo y se quedaron sin graduación, sin poder cerrar el círculo y sin su viaje jetsetero para empedar un mes en Europa -que me sigue pareciendo una aberración, pero entiendo perfecto el nivel de tristeza y frustración que deben de tener-.

Y en cualquier niño, niña, chavo del mundo, que en este momento tiene la vida detenida cuando debería de estar afuera llenándose las manos de microbios y haciendo anticuerpos lamiendo la resbaladilla del patio de la escuela, compartiendo su lunch a mordidas o tomándose una selfie tras otra abrazadas enfrente del espejo del baño o viendo de lejitos a la niña que les gusta pensando en cómo acercarse, o chismeando con sus amigas.

Lo siento por cada uno de ellos.

Así que por favor, dejemos un minuto de quejarnos de nuestro encierro, de la friega, de la angustia, de las ganas de defenestrar a todos por momentos y pensemos mejor en nuestros hijos…

¿Qué tan hasta la madre estarán ellos de nosotros?

¿Qué tanto extrañan sus espacios? ¿A sus amigos, sus rutinas, sus planes sociales, salir al parque y ver más gente de su edad?

¿Qué tanto los estamos estresando en lugar de conteniendo y padeciendo, en lugar de disfrutarlos?

Sugiero que usemos este momento para mirarlos, conocerlos mejor y aprovechar el hoy que definirá el futuro de nuestra relación con ellos y la manera en que ellos aprenderán a manejar las crisis mañana.

Pensemos también en esos niños que están atrapados con sus agresores, con mamás o papás que les gritan todo el día por cualquier cosa -tengo una vecina, que desde que amanece grita. Continuamente. Y yo pienso: pobres escuincles, antes podían ir a la escuela y escapar de ella un rato-, que los violentan de cualquier manera y que viven con miedo.

O esos, los que escuchan a sus papás pelearse todo el día y discutir por todo en lugar de generarles un ambiente armónico -o lo más armónico posible-, y en los que lo único que nos ven hacer día tras día es ver nuestro teléfono o hablar o escuchar las noticias del pinche bicho minuto a minuto.

¡De milagro no están gritando de angustia! Aunque probablemente algunos lo hagan claramente, la mayoría seguro encuentran maneras de descargar peleando todo el día con sus hermanos o están hiper berrinchudos o mamíticos o durmiendo mal o se volvieron a hacer pipí cuando ya no lo hacían.  Hay muchísimas maneras en la que los pequeños manifiestan el estrés y les garantizo que si se fijan bien, van a encontrar alguna.

¿Qué podemos hacer?

Pensemos más en ellos.

Háganle caso a sus hijos. Pero caso real. Andamos muy metidos en la rutina de sobrevivencia y se nos está olvidando aprovechar este tiempo para conectar con ellos.

¡Aprovechemos que no hay que ir y venir a 26 lugares cada tarde ni gastar la vida en el tráfico!

Deja los trastes un rato cada día y salte a caminar con ellos o siéntate a jugar o a hacer galletas o armar un Lego. Busca actividades en donde se pueda platicar y así, como que no quiere la cosa, pregúntale a tu hijo: cómo se siente hoy, qué le parece todo esto, qué es lo que más extraña o lo que más ganas tiene de hacer cuando esto termine; si algo le da susto, si se siente harto y si hay algo que puedas hacer por él para que se sienta mejor.

Les aseguro que se van a sorprender. Nuestros hijos, igual que nosotros, necesitan espacios para ventilar, solo que no se arman una peda virutal con sus cuates y como nadie les pregunta nada, pues se la están tragando completa.

Nos corresponde a nosotros abrirles esos espacios y darles chance de mentar madres, expresar sus emociones y, si se puede, ayudarlos a encontrar soluciones aunque a veces, lo único que necesitan, igual que nosotros, es  simplemente una persona dispuesta a escuchar. Nos corresponde enseñarles a expresar.

Así que eso. Busquen un momento, hagan pocas preguntas, cállense la boca y escúchenlos.

La chamba ahorita es ser la mejor versión de adultos responsables que podamos ser y ayudarlos a transitar por este episodio, idealmente, con una buena dosis de sentido del humor, el menor daño colateral posible y con aprendizajes y herramientas para enfrentar el estrés y la frustración, que podrán usar el resto de sus vidas cuando las cosas se compliquen en su camino.

Por favor, dejemos de quejarnos y enfoquémonos en hacerlo mejor para ellos.

¡Feliz día de los niños a todos sus niños!

_________

TIP: ¡apaguen las noticias! Aunque parezca que no, los niños escuchan todo, todo el tiempo. Si nosotros morimos de angustia al escucharlas imagínense ellos que no tienen con qué contextualizar. No expongan a sus hijos a los noticieros, ¡nunca! Ya tendrán tiempo de darse cuenta del mierdero en el que vivimos. Mientras tanto, déjenlos ser niños y no les metan información innecesaria, violenta, angustiosa y horrenda en sus cabecitas.

Protejan su infancia.

L´amargeitor

 

 

 

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