Diapositiva1Hace unos meses estaba en una junta de condóminos discutiendo un punto con un vecino y al tomar la palabra para rebatirme me dijo:

A ver mi reina…

Yo, en automático siento que me hierve el buche, se me sube la bilis a la garganta y lo interrumpo:

Valeria, me llamo Valeria”.

Nadie me dijo nunca que había que hacer eso, ni que el hecho de que si alguien me lo dijera estaba mal o debía sentirme ofendida ¡pero me ofendí! me pareció una manera elegante de decirme “a ver pendeja…”

Será que el señor que me educó, mi papá el doctor, nunca, ni una sola vez, me ha ninguneado o me ha hecho sentir menos, débil, inútil, distinta a cualquier otra persona por el hecho de ser mujer y que ¡jamás! lo he visto faltarle el respeto a alguna. Mi papá es un caballero y tal vez por eso, cuando me topo con hombres que no lo son, me sorprendo tanto.

No puedo creer que a punto de empezar el 2020 haya gente con acceso a la educación que pueda, sin ningún complejo, hablarle así a alguien a la mitad de una junta, -o al aire en cadena nacional a Carmen Aristegui, a quién le pasó exactamente lo mismo que a mi- o a sus hijas, o a cualquier mujer, en cualquier situación.

De la misma manera que no puedo creer que en nuestro medio, el que supuestamente tiene el privilegio de tantas cosas -aunque claramente no siempre el de la inteligencia- los señores abusen de tantas formas de las mujeres.

Porque tristemente hay demasiadas maneras de abusar de una mujer: disminuyéndola, utilizándola, sexualizándola, amenazándola, maltratándola, chantejeándola, condicionándola, quitándole el dinero, robándole su paz, tocándola de cualquier manera no consensuada, amedrentándola o lastimándola física o mentalmente, prohibiéndole u obligándola a cualquier cosa, tratándola como menos, como esclava, como trophy wife, como la que se encarga de los hijos y se calla, como la que si dice algo no le dan lana, como pintándole el cuerno o no dándole la chamba porque es mujer,  pagándole menos o desnudándola con la mirada hasta incomodarla, o que todas las que pasan por su mesa sean un tema de conversación sexosa en su comida del viernes. Revisándoles el cel o sus redes. Hablando pestes de sus señoras a la menor provocación y refiriéndose a ellas de manera despectiva -cuando muy probablemente, el problema, sean ustedes y su absoluta inmadurez-. Con los memes de viejas encueradas, que lejos de chistosos, son ofensivos, o ligándose una distinta cada día “que afloje” y mañana la que sigue sin medir nada, sin pensar que son hijas, hermanas, esposas de alguien…¡personas! -y que un día van a ser las suyas las que estén a merced de hombres como tú, si es que a eso juegas-.

Y por otro lado ¿qué onda con nosotras, señoras?

Nunca voy a justificar que la mala conducta de un hombre sea provocada por la mujer, ni por cómo estaba vestida, las horas que eran, ni desde luego porque “nos lo busquemos”, ¡jamás!

Pero creo que sí tenemos que ser más honestas en los juegos que jugamos y las cosas que permitimos, por miedo, o con tal de no perder nuestro estatus.

Porque ahí está a la que humillan frente a todos sistemáticamente pero ni de broma se queda sin las vacaciones anuales a Europa; la que cada que llega tarde el marido al día siguiente va a Perisur y le firma una bolista de esas que cuestan varios meses de colegiatura; a las que les parece súper romántico que sus maridos no las dejan viajar solas, o manejar en carretera porque “es que me cuida mucho”; o quienes no tienen una cuenta de banco personal porque “que te depositen en la mía y así no te preocupas”. O aquellas que saben que les pintan el cuerno y se hacen pendejas porque “al final la esposa solo soy yo”  o “ni muerta voy a ser la divorciada”; o todavía peor: la que sabe que es la amante y está segura de que “un día la va a dejar, es que pobrecito lo tiene súper amenazado la otra”; la que caminaba por todo París con tacones y los pies ensangrentados porque “a mi me gusta que mi mujer esté siempre impecable”; o la que permitía que enfrente de mi (aunque en privado no hubiera sido mejor), le gritaran que “era una pendeja y ya por favor se callara la boca”; a la que no le dan dinero, ni la dejan trabajar porque “para eso soy tu marido”; a la que le prohíben tener amigos; las que deben de atender al señor porque “para eso trae el dinero”; la que no puede salir sola, tomar una decisión, tener una opinión o la obligan a operarse las chichis, le ponen un entrenador y no la dejan comerse el cacho de pastel porque “es una cerda”… a la que empujan, le gritan, obligan a tener sexo o jamás la tocan; a las que no importando lo que hagan, todo lo hacen mal y se les critica y ofende constantemente; a las que salen con quién sea mientras “tenga lana” y le “puedan sacar algo” o las que ya divorciadas tienen que seguir padeciendo las agresiones del señor porque las tiene amenazadas de no darles la pensión y ya ni hablar de la violencia física que se da también en las mejores familias …todas…¡todas! historias vistas con mis ojos y el pan nuestro de cada día.

Nosotras también señoras, somos culpables.

Por permitirlo. Por acomodarnos. Por callarnos. Por pensar que está bien y buscar excusas. Por justificarlo. Por dejarnos. Por vendernos…

Porque en nuestro medio todo esto es, casi siempre, una elección .

Si bien la conducta de esos hombres es primitiva y absolutamente lamentable, nosotras podríamos poner un alto. Irnos. Buscarnos la vida. Tomar la pérdida, sacrificar nuestro estilo de vida a cambio de vivir en paz. Denunciar. Cambiar las reglas. Levantar la voz. Proteger nuestra dignidad. Ser libres.

Y ustedes, queridos señores, los chingones, los que respetan, los que impulsan, los que apoyan y son un motor y un compañero, ustedes necesitan también unirse a la lucha y dejar de permitir que sus amigos primitivos se porten como cavernícolas. No solo es no hacer. Es unirse a la causa y hacer todo lo que esté en sus manos para hacer conciencia y tratar de educar a los que están todavía en el siglo II.

No permitir.

Y tal vez más importante tenemos, todos, que empezar a educar distinto a nuestros hijos. A educar niños y niñas en igualdad, sin distinciones, preferencias o predilecciones derivadas de su género.

¡No a los campeones arrogantes ni mucho menos a las princesas indefensas!

Basta.

Enseñémosle a nuestras hijas a pensar, a actuar, a decidir a tomar las riendas de su vida, no a gustar y a complacer. Programarlas para trabajar, ser autosuficientes, independientes y que no tengan que soportar nunca nada, ni a nadie, por dinero o por status. Que hagan su camino solas. Que se conviertan en mujeres seguras de sí mismas que elijan compañeros que caminen junto a ellas, no por encima de ellas. Enseñarles que una relación amorosa NUNCA se condiciona  a nada y que la equidad empieza por nosotras: tratándonos a nosotras mismas con respeto y respetando al otro. Hijas cero tolerantes a cualquier tipo de abuso que lo sepan detectar y no duden en mandar ALV al primero que pretenda lo contrario y, que si es necesario, prefieran ser feas porque no, calladitas, no se van a ver más bonitas.

Y claro, hijos que no solo no aplasten mujeres y entiendan que no son el par de chichis en turno, sino personas indispensables para enriquecer la suya y que luchen porque ellas tengan siempre los mismos derechos y respeto que ellos. Que la equidad  sea una de sus prioridades y que nunca, bajo ninguna circunstancia, menosprecien, usen, sometan, obliguen, violenten, abusen o falten al respeto, de cualquier manera, a cualquier mujer. Hombres que apoyen, impulsen y promuevan a sus mujeres. Orgullosos de verlas crecer y que las ayuden a ser la mejor versión de ellas mismas. Hombres que no se sientan amenazados por una mujer y no necesiten hacerla menos para sentirse más.

Necesitamos sacar del ADN de la cultura y la sociedad el gen machista y el de la mujercita abnegada. Y también de pasada, asegurarnos de que no sea al revés porque sí, también hay casos en donde el violentado es el hombre a merced de una señora “empoderada” rayando en lo enferma.

Eso puedes hacer tú para empezar hoy a construir un mundo mejor: dejar de permitir, y educar para formar un futuro diferente.

Si no queremos monumentos rayados y mujeres desesperadas gritando por las calles y destrozando cosas, tenemos que tomar una postura, pararnos junto a ellas y construir un mundo diferente ¡juntos! y pensando muy bien la reacción en cadena que origina un inocente “a ver mi reina” o cualquiera de las antes mencionadas.

Porque en un país en donde 2,833 mujeres han sido asesinadas este año nos corresponde a todos empezar hoy a hacer las cosas distintas desde nuestro muy privilegiado lugar.

#NiUnaMenos

 

L´amargeitor

 

*Este post fue previamente publicado en Cuestione

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