Imperfectos
Esta semana cumplo 20 años casada con el mismo señor. 7,300 días y todas sus noches compartiendo la vida. 2 hijos, 4 casas, 2 perros, muchos cortes de pelo, fiestas, kilos […]
Un blog de risas garantizadas y uno que otro verdadazo…
Esta semana cumplo 20 años casada con el mismo señor. 7,300 días y todas sus noches compartiendo la vida. 2 hijos, 4 casas, 2 perros, muchos cortes de pelo, fiestas, kilos […]
Esta semana cumplo 20 años casada con el mismo señor.
7,300 días y todas sus noches compartiendo la vida.
2 hijos, 4 casas, 2 perros, muchos cortes de pelo, fiestas, kilos de más, de menos, amigos perdidos, otros muchos encontrados, 3 desempleos de la noche a la mañana, tantos viajes, tantas conversaciones, innumerables pleitos, aventuras, anécdotas y tantas ¡tantísimas! cosas que han pasado en el camino incluyendo, por supuesto, dos pandemias.
Dudo mucho que algún matrimonio sea una luna de miel perpetua.
El nuestro ha sido un camino increíble y con muchísimos momentos felices. Sí. Pero también ha sido uno a veces doloroso y por momentos también, muy difícil.
Para mi, siempre lo diré, encontrar al Sponsor fue la suerte más grande de mi vida y una historia increíble –hagan click aquí para leerla- que jamás me cansaré de contar.
Cuando pienso en esa época, se me sigue inflando tantito el corazón.
¡Qué suerte tuve de encontrar, desde la comodidad de mi computadora, a esta persona alegre, activa, siempre dispuesta a ayudar al otro, honesto, trabajador, optimista y sobre todas sus cualidades, la que me parece más importante: lo de ser una buena persona!
El Sponsor es, genuinamente, un hombre de bien y ya para acabarles de contar, además está bien guapo (probablemente hoy más que hace 20 años porque las canas le han dado mucha ondita).
Sin embargo, la razón por la que me enamoré de este dude fue porque, por primera vez, alguien me quería exacta-mente como yo era. Sin peros. Sin esques. Sin miedos.
Alguien con quién podía ser yo sin ningún tipo de filtro y eso, lejos de ser un problema, era una cualidad (lo de ser yo).
Suena rarísimo, pero ustedes tienen que saber que lo de ser yo luego se pone muy cabrón.
Soy muy intensa. Muy estructurada (cuadrada). Muy nerviosita (rayando en neurótica). Muy solitaria (o sea necesito muchos espacios en donde nadie me esté chingando y muuuuchas cosas son sinónimo de estarme chingando). Muy radical (absolutamente intolerante) y muy, pero MUY opinionada (lo cual, me imagino, ya se habían todos dado cuenta). No me callo nada y puedo ser absolutamente feroz e insoportable. Y pues, para decirlo suavecito, sí, sí puedo ser un dolorcito de muelas de vez en cuando (o de huevos ya cuando las cosas se ponen cabronas).
Este señor llegó en un email y me asumió completita de principio a fin sin una sola queja.
Por eso me casé con él.
Sí, pero resulta que la pareja no solo son esas dos personas, completamente enamoradas que deciden aventarse el tiro.
Luego también, está la vida…
Esa que nos va alcanzando y, poco a poco, va dejando salir los demonios del clóset: nuestras heridas infantiles, nuestra inmadurez, nuestras malas mañas, asquerosidades y lados oscuros.
Nuestro ego siempre listo para destruir todo.
Y luego, claro que sí, irán llegando también los achaques, las enfermedades, las crisis económicas, existenciales, familiares, los años sin dormir con los bebés y luego lo de vivir en constante estado de alerta sísmica con los pubertos, más la posibilidad de irse soltando la mano sin darse cuenta mientras tratas de sobrevivir al día a día.
La búsqueda de uno mismo en medio de vivir con alguien más es muy complicada. Por eso los matrimonios truenan casi siempre alrededor de la crisis de la mediana edad. Son demasiados factores simultáneos que de pronto hacen que las cosas se pongan muy culeras.
Y sin embargo, aquí estamos.
¿Cómo?
Francamente no tengo ni idea.
Me imagino que, en gran parte, un matrimonio es una cuestión de suerte.
Suerte de que las dos personas quieran seguir queriendo estar.
Trabajar. Resolver. Evolucionar. Enfrentar. Abrazar. Pelear. Construir. Asumir.
Suerte que alguien quiera perdonar. Que alguien quiera aceptar. Confrontar. Pedir una disculpa. Hacer la paz. Aprender. Desaprender. Compartir. Negociar. Escuchar. Y volver a empezar siempre que sea necesario.
Suerte que por más que las dos partes a veces se quieran estrangular (que también es parte del “job description”) siga habiendo la voluntad de seguir andando juntos aunque, a veces, haya que ir abriendo el camino a machetazos.
Nosotros nos hemos cuestionado no una, varias veces, lo de seguir juntos. Y no una, sino varias veces también, hemos querido tirar la toalla.
Por qué no lo hemos hecho es una suma de cosas que probablemente solo él y yo entendemos. Nadie, más que él y yo, sabemos por qué estamos aquí. En mi caso se resume en que por más arenas movedizas que nos han tocado y por más bolas que se nos haga la vida a veces, yo no concibo vivirla sin él, al menos, no todavía…
La otra parte de un matrimonio duradero es una combinación completamente ilógica y contradictoria -pero real- entre vivir al día y al mismo tiempo verla como “para siempre”.
Entre dar un paso cada vez y al mismo tiempo, verlo como un proyecto de vida a largo plazo en donde quepa saber que esos proyectos, los largos, implican muchas etapas y muchas subidas y bajadas.
Saber que es una prueba de resistencia, no de velocidad.
A veces ver dónde pones tus pies. A veces caminar pensando en la meta.
Mi meta sigue siendo vivir con este güey.
Así.
Con todos sus defectos y cosas que me vuelven loca. Con él, que es cero romántico y casi nunca detallista y que la ha cagado de manera monumental varias veces. El que a veces hace que me hierva el buche y me den ganas de mandarlo de regreso con su mamá en cachitos. El que hace, o deja de hacer, todas esas cosas que quiero que haga -o que no haga- y que nunca tiene prisa cuando yo voy -siempre- a toda velocidad.
Sí. Pero ese, el que también es un gran güey. Tan extraordinario y tan amoroso papá. El ser humano gigante con corazón de pollo. El compañero siempre leal a mi causa que, aunque a veces pretende ignorarme, siempre me escucha. El que se parte la madre por nosotros. El ser generoso, paciente, con alma de niño y un infinito interés en cualquier cosa que no sirve para nada, y al final le sirve para todo. El güey que a todos les cae bien incluso cuando a mi me cae pésimo y que está siempre dispuesto a ser mejor y se compromete absolutamente con su salud mental y la de todos nosotros.
Mi compañero y aliado en esta chinga monumental llamada ser papás. El que siempre está cuando tiene que estar. El que me hace voltearme a ver y me inspira a ser una mejor versión de mi.
Ese, que a veces me odia por todas las cosas por las que se enamoró de mí y me ha perdonado todas esas veces que, yo también, la he cagado de manera monumental.
El que me abraza cuando me quiere ahorcar y me soporta cuando yo solita no me puedo ni ver. Mi porrista número uno y mi Tafil natural cuando tengo estrés y ansiedattt. El que me cura todo con un abrazo. El que no me entiende nada, pero me sabe todo.
El que ha madurado a madrazos cuando la vida lo golpea y que se crece siempre ante las adversidades. El que se arremanga. Rema. Chambea. El ser más desidioso y el más luchón.
El que cada vez que se ha quedado sin chamba y me ve a punto de tirarme por la ventana, me sonríe y me dice que no me preocupe porque “vamos a estar bien” cuando probablemente ya se tiró por la ventana en su cabeza hace 2 horas. Él, siempre tan positivo y yo, siempre tan catastrófica.
El que me alucina, pero me admira. El que me apantalla con su compromiso, su trabajo, y su capacidad de ser mejor cada que tiene que ser mejor. El que no entiende una gota de sarcasmo cuando yo, literalmente, vivo del humor negro.
El que sigue aquí, queriéndome, por y a pesar de todo.
Mi Dr. Jekyll y Mr Hyde.
Mi Sponsor.
No siempre somos lo que el otro quiere que seamos, pero me parece que seguimos siendo con quién queremos estar.
Si se vale pedir deseos, pediría que los siguientes 20 nos tocarán más suavecitos.
Que cosechemos toda la chamba atrás de estos primeros 20 y nademos de muertito más seguido.
Que siempre haya espacio para más abrazos. Más besos. Más resiliencia. Más gozo. Más paciencia. Más conexión. Más empatía. Más espacio para los silencios, esos, deliciosos. Más diálogos. Más tardes lluviosas de series juntos en nuestro sillón. Más complicidad y chistes locales. Más caminatas y tardes en nuestro jardín. Más paz. Más viajes. Más conversaciones. Más planes. Más armonía. Más quesadillas. Más verte. Más veme. Más risas. Más seguir siempre encontrando caminos y saber que, aunque el mundo se esté cayendo, siempre contamos con el otro y que abrazarnos antes de dormir siga siendo la mejor medicina para casi cualquier cosa.
Más de todo eso que nunca está de más y sí, por supuesto: más amor, que sigue siendo la razón de todo.
Por muchos, muchos años más, querido George.
Imperfectos, bipolares, intensos… como tú y yo.
https://cuestione.com/opinion/imperfectos-aniversario-bodas-pareja-matrimonio-lamargeitor/